Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída” (Juan de la Cruz)
La vida interior de José estaba tejida de silencio contemplativo y creativo, de escucha permanente a Jesús, la Palabra hecha carne en la casa y en el taller de Nazaret.
En su espacio interior, vacío de su “yo”, resonaba la Palabra, como agua cristalina que brota de la fuente en la montaña, para ser cumplida con fiel prontitud y total entrega.
La vida interior de José estaba unida a Jesús y a María, estaba consagrada totalmente a Jesús, el salvador, con el que habitaba y compartía la existencia. ¡Misterio de amor!, que hay que acoger y adorar en silencio.
La palabra de José fue el silencio, por eso es para todos un maestro singular de escucha silenciosa y creativa de Jesús, Buena Noticia de Dios para la humanidad.
También el trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el |
perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’; sin embargo, permiten descubrir en sus ‘acciones’ -ocultas por el silencio- un clima de profunda contemplación. José estaba en contacto cotidiano con el misterio ‘escondido desde siglos’, que ‘puso su morada’ bajo el techo de su casa” (Redemptoris Custos, 25).
En la casa de José habita la Palabra, que contiene la vida, y es la luz para la humanidad; este misterio de amor inunda su vida y la hace estallar nuevos gestos de dicha y cercanía.
José, desde Nazaret, nos invita a todos y a todas a: contemplar esta Palabra de Gracia y de Verdad; acogerla y dejarla que llegue a nuestro corazón; dejarla habitar en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestro trabajo, porque Dios sigue llamando a nuestra puerta y queriendo vivir entre nosotros.
Necesita: nuestros sentimientos para expresar su ternura entrañable; nuestras palabras y caricias para que a todos llegue su bondad; nuestra solidaridad para que todos se sientan hijos y hermanos
Un abrazo, mi oración y mucha salud. Antón |
25 de Marzo
Padre, hoy que celebramos
la solemnidad de la anunciación de tu Hijo,
queremos agradecerte
el gran regalo de su encamación,
y la delicadeza de contar
con el consentimiento de María,
representante de la humanidad,
para colaborar en hacerla posible.
Te pedimos que nos concedas un corazón
como el de María,
cuando recibió de boca del ángel
la llamada a ser la madre de tu Hijo.
Queremos, como ella,
ser humildes ante la grandeza de tu don,
sentimos realmente gozosos porque tú
estas con nosotros y nos concedes tu favor.
Concédenos tener la misma confianza que ella,
para vencer el miedo
frente a la misión que nos propones,
tan desproporcionada a nuestras fuerzas.
Que con sencillez sepamos también
expresarte las dificultades que tenemos
para comprender tus planes,
pero que, como ella,
confiemos plenamente en tu promesa:
el Espíritu vendrá en nuestra ayuda,
tu poder nos sostendrá.
Que, como María y Jesús,
nuestra vida sea un «Fiat» en tu plan de amor:
«Soy tu sierva, tu siervo,
hágase en mi según tu palabra» |
26 de Marzo
Señor, la muerte de las personas que amamos
nos deja muy tocados.
Por mas fe que tengamos, nos cuesta aceptarla.
Incluso, como le ocurre a Marta,
no nos consuela saber
que nuestros seres queridos resucitarán
«en el último día».
Los querríamos vivos ahora,
para poder escucharlos y tocarlos.
Pero sabemos que tú puedes entendernos
y nos acompañas, porque también pasaste
por nuestra experiencia.
Te conmoviste al ver a la viuda de Naín
que llevaba a su único hijo a enterrar.
Igualmente ante la muerte de tu amigo Lázaro.
El evangelio de hoy dice
que te conmoviste profundamente
y te estremeciste,
de forma que te echaste a llorar
y la gente decía: «¡Cómo lo quería!».
tú mismo experimentaste la muerte,
y una muerte en cruz.
Te damos gracias no solo porque puedes entender
y acompañar nuestro sufrimiento
sino porque nos das la certeza y la esperanza
de que nuestros seres queridos
-y nosotros mismos-«aunque hayan muerto, vivirán»,
porque tú eres la Resurrección y la Vida.
Confiaste tu vida al Padre
y él te la ha devuelto en plenitud,
haciéndote fuente de vida
para quienes creemos en ti. |
Dijo Marta a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano’.
Desde tantas situaciones de dolor y de muerte, nosotros, como Marta, le preguntamos al Señor: ¿Dónde estás? Hasta nos vemos tentados de pensar que la oración, ante tanto dolor, se queda corta. La situación de dolor que estamos viviendo a nivel mundial nos pide que purifiquemos nuestra fe. De hecho, tragedias como las que ahora recoge la prensa, las viven a diario los más vulnerables, los más pobres, aunque su dolor no merezca ni el mínimo espacio en los medios de comunicación. ¿No tendremos que acudir a ellos, a los más pobres, para que nos ayuden a creer, a confiar en Jesús en esta hora? No vemos, no entendemos, nos surgen preguntas, dudas, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda y nos alienta a escoger, en esta hora, a Jesús como Señor de nuestras vidas, a enamorarnos de él. Aunque estemos como ese pájaro que se golpea contra el cristal porque no ha encontrado todavía la pequeña salida que le ofrece la ventana. Espíritu Santo, enséñanos a ser pobres y humildes de corazón. Cuando no podemos nada y menguamos, ayúdanos a ver que Dios invade nuestra nada con su infinita ternura. Que nuestra gotita de agua entre en el río caudaloso de tu amor.
Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará’.
¿Cómo comprender este hermoso misterio en esta hora difícil? Confiamos en Jesús. Él está con nosotros y nos enseña a mirar de frente la muerte, a desafiarla con la vida. Nos abre los ojos para ver resurrección donde solo había nada. Con Jesús, el amor está siempre naciendo. Saber que su amor nos espera es la fuente en la que se recrea nuestra esperanza solidaria. Jesús ama en plenitud y viene a nosotros con una promesa llena de vida: “Resucitará”, le dice a su amiga Marta. En toda situación difícil aparece Jesús. Que el miedo no oculte la belleza de su promesa, del futuro que nos da. Jesús, haznos oír en el silencio del corazón tu palabra de vida: ‘Resucitarás’. |
‘Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá’.
Las palabras de Jesús resuenan a repique de campanas y rompen las crisis en pedazos; en ellas se asoma la esperanza. Sus palabras son el mensaje más hermoso que pueden oír nuestros oídos. Jesús camina victorioso a nuestro lado. Su resurrección no es algo del pasado, es fuerza de vida que penetra las grietas de nuestra pena. Jesús convoca a la vida. Nadie, nunca, nos ha prometido tanto. Nuestra noche tiene amanecer. Es él quien resucita en la pobreza radical del corazón. Él es el Señor, el que toma el timón de nuestra endeble existencia. Nuestro orgullo se acalla ante él. Lo miramos resucitado.
Tú eres nuestra resurrección y nuestra vida. Lo diremos mil veces hasta que tu rostro quede dibujado en nuestras entrañas. Resucítanos.
‘¿Crees esto?’ ‘Sí, Señor: yo creo’.
¿Cómo responder al amor de Jesús? Lo haremos con nuestra fe, que nos aleja de la oscuridad y abre claridades. Su resurrección ya está presente en el corazón de nuestra vida. Percibimos sus huellas; nuestra vieja vasija de barro lleva dentro un tesoro. Tenemos confianza en Jesús. Caminamos con la música de la alabanza y la danza del servicio en este momento. ¡Hay tantas personas que nos dan ejemplo de solidaridad, de la buena, en estos días! El Espíritu nos reviste de esperanza, que nos hace mirar más allá, siempre más allá, hasta descansar en el misterio de la ternura de Dios.
Recordadme, recordadme sencillamente que un amor me espera, decía una carmelita en la enfermedad grave. Creemos en ti, Jesús, resurrección y vida para todos.
Feliz encuentro con Jesús
Un abrazo, mi oración y mucha salud. Antón |