Nuestros hospitalarios, hombres o mujeres, conocen bien a nuestro diácono Jean-Marie. Nuestros hospitalarias en particular están cada vez encantadas de oírle predicar durante una de las misas que tienen “reservadas” en Lourdes. Ha aceptado darnos aquí un testimonio muy interesante, lleno de realismo, y encaminado a hacernos progresar en nuestra vida con María. Le damos las gracias.
Padre Anthime Caron
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El Padre Anthime Caron me ha propuesto, durante nuestra peregrinación a Lourdes de 2010, reflexionar sobre la posibilidad de un testimonio acerca de la relación, y/o la intervención de la Virgen María y mi compromiso de diácono.
Debo confesar que mi respuesta a esta solicitud no fue espontánea, pero hoy, le doy las gracias. Por su proposición, el Padre Caron me ha indirectamente incitado a tomar tiempo para visionar, con la ayuda del Espíritu santo, el lugar importante de María en este recorrido que llamamos la vida humana. Para comprender esta presencia de María en mi itinerario de cristiano y diácono, me parece necesario relatarles algunos momentos significativos.
Todo empezó el día de mi nacimiento un 22 de marzo de 1958. Mis padres me llamaron Juan-María; desde entonces, María ya no me dejará, me acompaña todos los días en mi estado civil. Juan, el apóstol a quien Jesús confía a su Madre, y María, madre de Jesús, que es nuestra Madre.
1958 es también el centenario de las apariciones de la Virgen María a santa Bernadeta, en Lourdes; mi abuela y mi madrina, como eso se hacía en la época, llevaban también el nombre de María; lo mismo que mi mamá. Resumiendo, María está omnipresente en mi cotidiano. Criado como todos los niños de mi generación, es decir: bautizado a las dos semanas que seguían mi nacimiento; la catequesis en el colegio.
Nota: en pleno concilio Vaticano II y manifestaciones de 1968. Época donde los sacerdotes cambian de vestimenta. Todo eso para decir que mi educación religiosa estaba sobre todo unida a la tradición, no unida por la fuerza a la fe.
Por ejemplo, he recibido el sacramento de confirmación porque se recibía automáticamente un reloj. Lo mismo por lo que toca a la “gran comunión” como se decía en la época, recibía como regalos una máquina de foto y un magnetófono. Reconozco que mi práctica religiosa era más interesada (por los regalos) que motivada por el amor a Jesús y a María.
La conversión
Mi abuela paterna, muy cristiana, tenía como preocupación primera hacer conocer a Jesús a sus veintisiete nietos. Por eso, ofrecía a cada uno de ellos una peregrinación mariana, y claro, llegó mi turno. Iba hacia mis dieciocho años, edad cuando tenemos otra cosa que pensar: los estudios, la preparación a la vida profesional, el permiso de conducir, el servicio militar… Mi abuela insistió, y fue hasta utilizar una astucia que, hoy, aun me hace sonreír. Residíamos en la baja Normandía y teníamos que tomar el autobús en Lille para irnos a su peregrinación; era pues necesario, para tomar este autobús, tomar el tren, luego el metro parisino y así, alcanzar la estación del Norte. Mi abuela me dijo: “Si me atacan en el metro y me roban mi maleta, será porque no me has acompañado para protegerme.” Imaginar un instante que el acontecimiento tan temido se produzca, lo hubiera sentido toda mi vida.
Entonces acepté, pero no de buena gana, acompañar a mi abuela a esta peregrinación, como por misión protegerla de un eventual agresor. Era guardaespaldas de mi mami. Esta peregrinación estaba organizada en un fin de semana del 11 de noviembre, y el viaje se hacía de noche, de Lille a Milano. La Virgen del lugar se llamaba Nuestra Señora de las Rosas. Estábamos albergados en casa de la gente, con tres kilómetros a recorrer a pie entre el alojamiento y el santuario. Seguía fielmente a mi abuela en todas las procesiones.
Me había ofrecido un rosario y explicado la manera de utilizarlo. Los peregrinos lo rezaban en latín, no entendía nada, pero a la larga, terminé por conocer el Pater Noster y el Ave María. Entre nosotros, este conocimiento me es muy útil hoy cuando participo en la procesión mariana de la tarde en Lourdes.
Hacía dos días que estábamos allí, había niebla cerradísima, como decimos, y hacía mucho frío, el camino de vuelta hacia nuestro alojamiento, después del rezo del rosario de la tarde, sentí un fuerte olor de rosa, como si un frasco de perfume se hubiera roto en el suelo y embalsamaba el espacio. Pregunto a mi abuela y a los otros cuatro miembros del grupo si sentían el mismo olor que yo. Todos me responden por la negativa, pero que los olores que aspiran por la nariz, eran los del ganado de la granja de al lado.
Para mí, este perfume era tan bueno, nunca he vuelto a encontrar este aroma en ninguna parte. Después de este acontecimiento, mi abuela pidió al sacerdote acompañador lo que podía significar este signo. Perfume de rosa en pleno mes de noviembre mientras las temperaturas estaban por debajo de cero. Respondió: “Juan-María, la Virgen María te hace una señal, te interpela; “¡estate a su escucha!”
Para mí fue un choque, yo que no rezaba y, algunos días antes, lo que era un rosario, yo que pasaba mi tiempo a divertirme, ¡María me interpelaba! Lo cierto es que a partir de ese día, mi vida no será ya la misma.
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El encuentro
Animado por un deseo interior, volví a rezar a la Virgen en este mismo santuario en marzo del año siguiente, y esta vez, sin mi abuela, pero siempre con el mismo turoperador, a la salida de Lille, en autocar; era el único a efectuar la peregrinación en un fin de semana. El conductor tenía por costumbre efectuar el lleno de carburante una vez la pasada frontera, porque el gasóleo era más barato en Francia.
Pues, en el camino de vuelta, de noche, al tomar el ramal de salida de la autopista, un pasajero le pide introducir en el autorradio un casette audio, y desgraciadamente el conductor se equivocó en la salida y tuvimos avería de carburante algunos cincuenta kilómetros más lejos. La avería duró casi trece horas, porque era imposible cebar el motor. Este tiempo me permitió conocer una joven que sería dos años más tarde mi esposa.
Cuatro años han pasado desde nuestra boda, y por desgracia, no conseguíamos tener hijos. Juntos, María Claudia y yo, decidimos hacer una novena a Nuestra Señora de Beauraing, en los Ardenas belgas, lugar mariano situado a ciento cuarenta kilómetro de casa. Una vez por mes, durante nueve meses, íbamos a orar a María con el rezo del rosario y la participación en la eucaristía? El noveno mes, nuestro rosario era una oración de agradecimiento. En efecto, María Claudia esperaba familia.
No puedo relatar todas las gracias que la Virgen María nos ha gratificado, pero ha venido a tomarme de la mano un cierto 10 de noviembre 1976, y desde entonces, me acompaña todos los días.
María y mi ministerio diaconal
En la parroquia donde residíamos, habíamos, en pareja, organizado el rezo del rosario todos los primeros viernes del mes. Otro compromiso, dentro de un equipo San Vicente de Paul: socorrer a los más desprovistos, distribución de bolsas alimentarias… Mirando estas dos implicaciones, el sacerdote de la parroquia me propuso una reflexión sobre el diaconado; oración y servicio. Desde entonces, caminé y seguí la formación.
Hoy día, los trabajos que nuestro obispo de Rennes, Dol et Saint Malo, me ha confiado son los siguientes:
a. El testimonio de la Palabra cerca de mis colegas de trabajo en la vida profesional
¿Cómo dar testimonio del amor de Dios a sus colegas de trabajo, para mí hacia los ferroviarios? Simplemente, dando testimonio de las gracias y de los beneficios de María. Me di cuenta que es más fácil hablar de Jesús hablando de María: “¡Para ir a Jesús, vamos por María!” (Cántico del Padre de Montfort) Cada dos años, en julio, organizamos una peregrinación de los ferroviarios a Lourdes. Esta peregrinación es una oportunidad para el testimonio. Viviendo esta peregrinación con mis colegas ferroviarios, mi compromiso es total, en el sentido que el compartir el Evangelio no está disociado de lo vivido cotidiano. La fe no es de la esfera de lo privado, sino muy real, impresa en la vida de todos los días. El testimonio necesita ser verdadero en sus convicciones. Claro, todos mis colegas no comparten la fe: algunos son indiferentes, otros bromean.
Sin embargo, al almorzar, en un restaurante de empresa, no es raro que se hagan preguntas, intercambios acerca de la religión; los atentados contra los cristianos de Irak, en Egipto, en Medio Oriente, o la posición de Benedicto XVI sobre la utilización del preservativo, conocer las razones para explicar la motivación, el posicionamiento de la Iglesia.
Aprecio estos intercambios, incluso si, a veces, eso se hace muy apasionado. Ocurre que durante una conversación, aprendo que fulano era monaguillo, pero que lo ha dejado… ¡Cuando pienso que monaguillo, nunca lo he sido, no bastante católico!
b. El acompañamiento de las personas en dificultad con el alcohol y la droga
Es esencialmente una misión de escucha. Es necesario tomar tiempo, no para comprender sino confortar, reconfortar, porque el dejar de tomar alcohol es un momento muy difícil. La persona enferma necesita de dos médicos: el médico del cuerpo quien, con la ayuda de substitución medicamentosa, permite al cuerpo la desintoxicación, y el médico del alma quien sostiene espiritualmente con la oración.
El diácono que soy se esfuerza para aportar el apoyo, la ayuda, para que el enfermo no flaquee. Estimulo cadenas de oraciones para llevar a nuestros hermanos que han perdido su libertad respecto al producto. Gracias a todas las personas que llevan en el silencio estas intenciones. La ayuda de María es importante. Cada 14 de julio, se organiza una peregrinación a “Nuestra Señora de todas ayudas” situado en Querrien, en el centro de Bretaña, donde confiamos todos nuestros enfermos. Esta jornada permite compartir, dar testimonio entre enfermos y abstinentes de que se puede salir de ello.
c. El Asegurar las misiones pastorales (bautizos, bodas…)
Las misiones pastorales, la preparación a los sacramentos, particularmente las bodas, es un tiempo donde está permitido intercambiar sobre el puesto reservado a la Virgen María en la pareja. Muchas veces estoy sorprendido que este aspecto se aborde muy poco. No es raro observar que uno rece todos los días y que el otro no lo sepa. Me gusta ir a bendecir las casas de las jóvenes parejas; vemos muchas veces una imagen de María, o una estatua que la abuela ha traído de Lourdes, pero raramente un crucifijo.
Como lo podéis observar, ¡cuánto camino recorrido desde esta peregrinación ofrecida por mi abuela! Este encuentro con María, que no deseaba, y que sin embargo me conduce por caminos que nunca hubiera imaginado. Amigos míos, que leéis estas líneas, veis que nada es imposible cuando confiamos y nos dejamos guiar. Mi abuela se lamentaba de mi conducta, como santa Mónica con su hijo Agustín, la oración hace el resto… |