Esta Semana Santa y, quizás toda la vida… vamos a intentar mirar como el crucificado. Desde nuestra cruz, mirar a los crucificados. Y mirar como mira Jesús.
Él no mira con rabia ni resentimiento. Él es ese herido de la parábola del Buen Samaritano. Él se siente en brazos del Padre, amado, dignificado, acompañado hasta el
final, agradecido. Él es a la vez ese Buen Samaritano
que sale al camino y se encuentra con nosotros. Él ve
hijos de Dios, hermanos apaleados y que apalean. Y
abre los brazos a todos. Su Amor nos hace, a todos, merecedores
de salvación y consuelo.
Se trata de mirar amando; sin juicios. Se trata de mirar
entendiendo. Se trata de dejarme mirar por Jesús para
que la experiencia de su mirada reparadora en mí, haga
mi mirada como la suya. Se trata de cambiar la dirección
del amor para que no sea amor egoísta y sí sea amor entregado.
Paciencia, humildad suprema. Saber que estamos en
camino juntos…
Imaginaos tanta gente mirando así en nuestro barrio.
Los problemas seguirían, pero estoy seguro de que todo
sería más luminoso. Que habría mucha más paz. Y que
respiraríamos de otra manera.
Contemplar el amor y la mirada del Señor esta Semana
Santa puede cambiar nuestra mirada. Y esto puede ser
el principio del cambio del mundo. Empezamos por nuestro
entorno. Está en nuestra mano intentarlo. Feliz y esperanzada
Semana Santa.
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El motor de nuestra fe es la esperanza en la resurrección. El Señor nos hace una llamada continua a llenar
y mover nuestro mundo con esta esperanza. Esta
llamada se concreta en vivir un amor misericordioso; en
no perder la alegría; en vivir la comunión con los hermanos.
El mundo tiene hambre y sed de esto. Tiene hambre
y sed de Dios. Y nosotros estamos llamados, alimentados
de Dios, a llevar este alimento.
Pido al Señor que, arraigados en la tierra, nos conceda
la gracia de caminar fiados de Él, alegres y esperanzados,
para contagiar alegría y esperanza; que nuestra fe,
dé respuestas de hoy a los problemas del hombre de
hoy. Ojalá ese caminar sea ya humilde expresión que
llena corazones.
La llamada a la esperanza es también una llamada a
renovar nuestra vida para vivir esta luz. Es una llamada
a crecer cada día más, a querer siempre acercarme más
a mis hermanos y a Dios.
Oración, humildad, comunidad, bendición, intercesión,
perseverancia… son instrumentos para deshacernos de
los lastres de la muerte y vivir esta llamada alegre a la
Vida. Los problemas y las situaciones difíciles son una
oportunidad para manifestar el Amor de Dios. ¿Cómo andamos
de esperanza? ¿Siento esta llamada? ¿Qué motor mueve mi vida? Danos Señor el don de la unidad
y la fuerza de tu Espíritu. Que Él nos impulse, y vivamos
con la alegre esperanza de la Victoria de la Vida.
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